La Costa Azul será posiblemente uno de los escenarios más fotografiados, filmados, glamurosos y frecuentados por celebridades de todo el mundo. ¿Quién no reconoce al instante la sinuosa carretera que una Grace Kelly aún plebeya recorre con un Cary Grant, árbitro de la elegancia en Atrapa un ladrón ?

Niza, Saint Tropez, Cannes y sobre todo Mónaco son considerados destinos donde se respira la esencia del lujo y la fama.

Desde luego, es cierto, en sus puertos deportivos anclan sus yates lo más granado de la sociedad internacional, en sus casinos los millones cambian de manos sin un suspiro de pesar y por la alfombra roja del festival cinematográfico de Cannes desfilan estrellas deslumbrantes.

Pero no está escrito que el simple mortal no pueda disfrutar o al menos imaginar que disfruta de estos lujos, y mucho menos de todo lo que una costa en la que un clima perpetuo aliado, puede ofrecer.

Por supuesto que tendrás que darte una vuelta por los centros de reunión de la Jet, pero si quieres conocer de verdad la Costa Azul, adéntrate y busca esos pueblos que aún no han perdido su identidad y que no han sucumbido al turismo masivo y a la globalización a ultranza.

Has visto Montecarlo. Has entrado en su famoso casino y has inspeccionado las curvas del circuito donde cada año los Fórmula 1 están a punto de estrellarse en su no menos famoso Grand Prix. Has creído atisbar alguna cara conocida en los balcones del palacio de los Grimaldi, pero te da la sensación de que la Riviera francesa te puede ofrecer algo más.

Es cierto. Aquí al lado está Roquebrune. El viajero a menudo se pregunta por qué el primer poblador decide instalarse en roquedos  y escarpas como éstas. Pero entonces mira hacia abajo, hacia el mar, y lo entiende. Entiende la razón por la que estadistas, artistas y gente de toda condición se hay enamorado de este emplazamiento habitado ya en la prehistoria y de importancia estratégica a lo largo de la historia.

La planta medieval de las calles de Roquebrune Cap Martin, el castillo construido en 970 por el conde de Ventimiglia, la herencia del gran arquitecto Le Corbousier aquí enterrado, e incluso uno de los árboles singulares de Francia son motivos más que suficientes para aventurarse un poco más allá de los caminos trillados.

A Menton, La Perla de Francia, vino a morir el gran autor valenciano, Vicente Blasco Ibáñez, quizás porque la luz de esta villa le recordó la de su tierra. Menton es un abigarrado y armónico haz de calles empinadas junto al mar. Lindante ya con la frontera italiana, fue durante toda su historia objeto de la codicia de unos y otros. Así, ha pertenecido a Mónaco, Cerdeña, Italia y por fin, a Francia. Como curiosidad has de saber que en ningún otro lugar del país galo fructifican los limones y que uno de los puntos de interés es el cementerio local desde el que la panorámica es espectacular.

En Eze el tiempo quedó en suspenso. El cuidado conservacionista con que se ha tratado su arquitectura, la profusión de plantas exóticas, arcos, fuentes, piedra y el ambiente bohemio y refinado imprimen un carácter insólito a este nido de águilas.  Si lo que buscas es sosiego y apaciguar el espíritu, pocos lugares te ayudarán tanto como Eze a conseguirlo.

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