Poblada en un primer momento por pueblos celtas, aún se percibe su huella, tanto aquí como más al norte, en Normandía.

Si lo que el viajero busca es un paisaje bronco y sin concesiones, está de enhorabuena. En Bretaña los acantilados se muestran erguidos y desafiantes, intentando parapetar al resto del país. Sólo en algunos puntos se han rendido a la fuerza del mar para dar lugar a algunas de las mejores playas de Francia y de Europa, como en La Baule.

En Finisterre, la tormenta perfecta ya no asusta a los lugareños. Aquí los elementos desatan toda su violencia de manera casi habitual, lo que puede ser un atractivo para aquellos a los que gustan las emociones fuertes.

La zona meridional de Bretaña nos permite hacer una incursión en la vecina Pays del Loire, donde nos depara el descubrimiento de la villa de Clisson y su insólito sabor italiano, Laveau Sur Loire o La Guerande, ciudad amurallada ya habitada en época romana y donde el imperio se abastecía de sal mediante técnicas no muy diferentes a las utilizadas en la actualidad.

Bordeando la costa en dirección norte, atravesarás tierras y estuarios presididos por acantilados dorados (y no es un recurso literario, realmente contuvieron oro). Pénestin y su Playa de la Mina de Oro pueden son un recomendable alto en el camino.

Después de visitar Saint Cado y la ría de Etel, no puedes ignorar Pont Aven. Para un mitómano, pisar las calles por las que Gauguin dejó huella en su época de maestro de la escuela de pintores, no tiene precio.

Y hablando de mitos, se dice que los trágicos amantes Tristán e Isolda, murieron aqu. El faro de Eckmül domina el Atlántico en uno de las puntos más salvajes de la costa Bretona. Gigantesca linterna que ha evitado que muchos marineros perdieran la vida estrellados contra sus rocas puntiagudas. 

Otro de los faros guardianes, uno de los 17 que podrás encontrar en la costa bretona, asistido además por compañía divina, es el de la punta de Saint Mathieu. La asistencia divina procede de la abadía adyacente, levantada en el siglo VI y de la que se conservan apenas la fachada, bóvedas y arcos. Durante la noche, a la luz del faro, se adueña de ella un halo fantasmagórico que hace trabajar a la imaginación. Quizás su situación en el extremo más occidental de la península, ahonda esa sensación.

Pasarás en tu camino hacia el norte por el llamado Pays Pagan, pero ten cuidado si te aventuras en barco, no sea que los espíritus de los antiguos pobladores, dados a provocar naufragios mediante engaños, te causen algún disgusto.

El cairn de Barnenez y Ploumanac’h son monumentales ejemplos de megalitismo. El primero revela una temprana presencia humana en este litoral y el segundo que la naturaleza es sin duda el mejor y más asombroso arquitecto. Aquí se ha decantado por tallar, sin prisa, formas fantásticas en rocas de granito rosa.

Y llegamos al Cabo Frehel. Te resultará difícil discernir si estás ante una ilustración pensada para alguna novela caballeresca o si la fortaleza erigida sobre la verticalidad del acantilado es de piedra auténtica. Si a eso unes un entorno conservado como reserva natural, el conjunto resulta impresionante.

Ciudad de la que partieron descubridores y pescadores intrépidos: has llegado a Saint Malo. Imprescindible y apasionante enclave de muralla envolvente que algún momento de su historia se declaró independiente y que dominó el mar como ninguna.

En fin viajero, ni 600 ni 6000 palabras podrían describir todo lo que te ofrecen Bretaña y sus costas. 

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